Capítulo I - Rojo-
La tercera luna de Riandor es un oscuro hueco en la galaxia de Páparos. Su luz es la de aquellos que sólo perciben tinieblas a su alrededor. Por algo se le llama Alhuin, hija menor del Demonio Alkreos, aquel que destruyó la extinta raza de los sinios.
En este satélite se halla la Torre Demoníaca, uno de los centros neurálgicos donde los demonios, hijos del devorador de razas, se esfuerzan por ser merecedores del medallón de la Estrella Roja, símbolo que distingue a los demonios mayores de sus congéneres comunes. Turbios son los pensamientos de esta maligna joya, que insufla en su portador poderes que van más allá de lo que ningún mortal pueda imaginar.
Ocurrió en este centro, en Alhuin, que un demonio llamado Goroor llegó a merecer este preciado don tras haber superado las terribles pruebas a las que fue sometido. Torturado su cuerpo y espíritu hasta límites que sólo conocen aquellos que sobrevivieron, los juunirï o portadores de la Estrella. Su alma se volvió negra y densa y sus pensamientos devoraban la realidad física que le rodeaba.
Cuando Alkreos, el Dios Demonio, comprendió el terrible poder en el que se había convertido Goroor, intentó esclavizar su alma en los confines de su reino. Goroor no opuso resistencia, cosa que tranquilizó al dios. Y allí, en el mundo oculto, en su mismísimo núcleo, en la séptima esfera, Goroor, el desahuciado, se enfrentó a su creador y lo devoró.
Capítulo II –Descomposición-
Riandor es un planeta duro y árido. La supervivencia es una excepción en un mundo donde no existen gobernantes comunes, políticas o naciones que protejan en modo alguno. Quizás cuando existían los sinios, esto fue distinto. Ahora, no obstante, sólo la guerra es la constante que alimenta este desolado planeta.
Entre tanta destrucción una raza se distingue entre las otras por su modo de vida, por su visión de la realidad. Los necros viven y mueren sin añorar nada, sin sentimientos ni alma en realidad que les ate a un mundo más que al otro.
Nacidos en una galaxia hermana, estos seres llegaron a través de un portal abierto por Goroor, Señor del Núcleo y amo de la Torre de Alhuin. Cuando llegaron, lo primero que constataron fue que eran capaces de controlar a las terribles criaturas y espectros de las primeras esferas del mundo oculto, dominio arcano de los demonios. Se asentaron en el hemisferio norte del planeta, construyeron nichos en el subsuelo tal como hacían en la tierra de la que procedían y empezaron a construir el Obelisco Negro, su centro de poder y procreación.
Pero al poco tiempo, sus cuerpos empezaron a descomponerse, debido a la reacción que los soles gemelos ejercían sobre ellos. Su líder, Naketea, buscó en el mundo oculto una solución que salvara a sus congéneres y a sí mismo. Mientras sus ojos se desprendían de sus cuencas oculares y la piel se despegaba de una carne cada vez más pútrida, sus fuerzas agotadas y las energías escasas, se encaminó al Núcleo y allí encontró a Goroor.
-Bestia roja, ¿qué puedo hacer por mi pueblo? –dijo quedamente.
-No te he traído para que sucumbas, amigo mío. Consume mi carne, devora mis entrañas y destroza la vida de la muerte, sólo así hallarás fuerzas para ayudarme en los planes que te tengo asignados- Y dicho esto envió a Naketea a las afueras de Necrofi, ciudad de túmulos del pueblo necro.
Ya los huesos asomaban y un líquido oscuro y pegajoso cubría la mayor parte del líder cuando exclamó presa de un horrible dolor: “Extramorterra” y una criatura deforme y oscura de la primera esfera del mundo oculto apareció ante él, con grilletes arcanos, esclavizado a la voluntad del líder de los necros. Y Naketea consumió su carne, devoró sus entrañas y destrozó la vida de la muerte de ese esbirro oscuro. Y sus ojos volvieron a ver, su carne apareció cubriendo sus huesos, y su pueblo se salvó.
“Gracias, bestia roja”-susurró con frialdad mientras un vaho helado surgía de sus entrañas recompuestas…
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