Capítulo V –Cambios-
Cuando los demonios aparecieron en Riandor, abriendo un hueco entre dimensiones, encontraron el planeta habitado por dos razas: los vampiros y los ulupas. Estos últimos, bestias deformes que poblaban pequeñas zonas pantanosas, no despertaron mucho interés entre las filas demoníacas, que no vieron nada más que animales revolcándose en una parodia de civilización. Incluso los vampiros detestaban arriesgarse a cazar estas criaturas, por un lado porque no satisfacían sus necesidades plenamente, y por otro, porque entre ellas había algunas que eran verdaderamente peligrosas.
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También había otra razón, como pensaba a veces Goroor: los pantanos, hogar de los ulupas, irradiaban una energía muy peculiar, que hacía que los demonios perdieran el control de tránsito entre mundos, y que incluso los vampiros se volvieran locos o se destruyeran a sí mismos cuando llevaban mucho tiempo en estas tierras, aunque no lo reconocieran, pues los vampiros raramente revelan sus debilidades.
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También había otra razón, como pensaba a veces Goroor: los pantanos, hogar de los ulupas, irradiaban una energía muy peculiar, que hacía que los demonios perdieran el control de tránsito entre mundos, y que incluso los vampiros se volvieran locos o se destruyeran a sí mismos cuando llevaban mucho tiempo en estas tierras, aunque no lo reconocieran, pues los vampiros raramente revelan sus debilidades.
Con el tiempo, Goroor descubrió la fuente. Bajo las aguas pantanosas habitaban pequeñas criaturas, del tamaño de un puño, llamadas gemuus, que eran las responsables de esta emisión de energía desconocida. Con un empeño y voluntad como sólo el señor del Núcleo era capaz, atrapó uno de estos animales. Lo llevó a sus dominios y experimentó con sirvientes arcanos y criaturas de todo tipo, de diversas dimensiones. Todas perecieron con el simple contacto y a veces sólo con estar expuestos a ella durante breves instantes. Incluso él tuvo que desistir y acumulando todo el poder del que fue capaz tele transportó al gemuus tan lejos como le fue posible. "¿Cómo sobrevivían los ulupas a esta terrible exposición continuamente?", se preguntaba. Pero nunca tuvo una certeza absoluta de la causa, aunque una teoría rondaba su portentosa mente, y de ser cierta, hacía que todo lo que conocía estuviera a un paso de la destrucción total, no sólo del mundo material, sino de sus propios dominios en el mundo oculto.
Goroor era persistente, jamás había abandonado ninguna tarea, por difícil o dura que ésta resultara. Jamás flaqueaba en su intención, fuera la que fuera. Y sus recursos procedían de muchos mundos. No podía descartar de su mente el peligro que suponían los ulupas, no con lo que creía haber descubierto. Y así, en uno de sus viajes inmateriales, descubrió en la galaxia gemela de Anleia, una raza cuyo patrón energético era radicalmente opuesto al que emitían los gemuus: necros, los bautizó...
Cuando llegaron los geniïs a Riandor, en busca de una posición estratégica para la extracción simultánea de varios yacimientos de lictio, lo primero que quisieron hacer fue contactar con los ulupas, pero al entrar en el pantano de Osgili, cercano a la ciudad de Uula, el destacamento de contacto geniï fue presa de la enfermedad y la muerte. Tan sólo sobrevivieron algunos hombres, que fueron rescatados por los ulupas y llevados fuera del pantano, en la boca del desierto negro, hogar de las serpientes de arena. Los cuidaron y protegieron de un entorno cruel e imprevisible. Cuando llegaron las naves, y tras preparar un campamento provisional que aguantara las terribles tormentas de arena y el ataque de las serpientes gigantes, los dos pueblos se conocieron por fin y llegaron a un pacto de protección contra cualquier enemigo común. Y allí se construyó Alba Negra, la ciudad de los ulupas y los geniïs, como símbolo de la amistad de ambos pueblos.
Existía quizás un elemento común entre ambas razas. Mientras unos debían ir cambiando sus propios cuerpos e irlos recubriendo de materia inorgánica para sobrevivir, los otros mutaban constantemente, evolucionando orgánicamente de una manera que ni unos ni otros lograban entender. Como fueron conociendo con el tiempo los geniïs, sobre todo los que convivían en Alba Negra con los ulupas que se desplazaron allí, las mutaciones no eran producto de la aleatoriedad. Este pueblo era capaz de mutar de manera consciente, en base a unas posibilidades determinadas para cada individuo. En la historia de los ulupas, había sido una constante desde tiempos inmemoriales y habían existido reyes y líderes con mutaciones extraordinarias que les hicieron poderosos y temidos en la batalla.
Cuando llegaron las primeras oleadas de necros, vampiros y demonios a los pantanos de los ulupas, estaban dotados de escudos que repelían el efecto de la radiación, gracias a los propios necros. Sin embargo con lo que no contaban era con Alba Negra, ni con las naves provenientes de la luna enana de Placta.
La batalla fue breve. Los enemigos venían en poco número, confiados y protegidos por los escudos necros. Goroor no había contado con los geniïs y no le costó comprender que la refriega la había perdido de antemano. Ordenó a sus súbditos que atraparan a algunos enemigos e instó a la retirada a todas las fuerzas desplegadas. Para el Señor del Núcleo no era una derrota, simplemente una nueva oportunidad, nuevos conocimientos y un nuevo misterio: "¿Cómo había permanecido oculta esa raza de metal a mis sentidos?", se dijo, pensativo.
Los vampiros, comandados por Elh¨ior, un terrible mandatario y guerrero de renombre, llegaron hambrientos. Fueron directos a la granja: el regalo de Goroor...Allí miles de hembras, de una raza blanda y suave, les esperaban. Su sangre era fresca, su sabor intenso. Y sus pupilas refulgían de terror ante su inexorable destino.
No sabían cómo habían llegado ni de dónde provenían. Tan sólo conocían su suerte, esclavizadas y tratadas como comida por aquellos seres inmortales que se alimentaban de ellas.
Evi lloraba. Su piel sonrosada brillaba tenuemente debido al sudor tras la última refriega con los vampiros. Una amiga, con la que había trabado amistad y amor, había sido recogida, recolectada, asesinada cruelmente. Un mechón de pelo rubio era lo único que le quedaba de ella.
Evi lloraba, pero sus lágrimas no eran de dolor sino de rabia. Desnudas, indefensas y débiles, así se le mostraban sus hermanas. Su rabia creció. Contempló sus cuerpos, sus caras, sus ojos. Todas la miraban ahora, en oleadas de reconocimiento. No les hacía falta hablar para comunicarse. Todas eran una y lo sabían de una manera intuitiva y básica.
Se agruparon, a miles...Evi lloraba. Un inconmensurable grito brotó de todas las gargantas. Una oleada de energía se extendió en todas direcciones. Los guardias bajaron de sus torres y se dirigieron a las puertas. En el centro del campamento, Evi levantó un brazo delgado y firme. De su palma un rayo de luz voló al cielo encapotado y empezó a llover con intensidad. Un murmullo recorrió, sin sonido, la mente de todas ellas.
Los guardias abrieron las puertas y lo que encontraron frente a ellos les dejó consternados. Miles de guerreros de luz, imponentes, vestidos con armaduras imposibles, se interponían entre las mujeres y ellos.
Evi lloró y todas lloraron. Cuando todas levantaron las manos y resplandeció el cielo mismo, desaparecieron.
Llegaron los capitanes desplazando a los guardias, golpeándolos, insultándolos. El campamento vacío, ningún sonido. Tan sólo un mechón de pelo rubio levitando en medio del patio central, cayendo casi con desdén, hacia el suelo de tierra oscura...
Una ciudad surgió de la nada entre los árboles del bosque de Riandor, la única zona verde del planeta. Allí nace un nuevo pueblo, las geshalas, que significa, en la lengua dríade de Riandor, sin raíces.
Desde una nave geniï, un hombre, con el brazo y la mitad de la cara de metal, estudia los movimientos de estas criaturas, desde una distancia prudencial, a varios kilómetros de distancia, por encima de la atmósfera de este duro planeta. Los sensores indican movimiento entre los árboles, que no responden a materia orgánica de naturaleza alguna. Una esfera de energía, muy poderosa, protege el bosque. "¿Una nueva complicación?", piensa...Pero el bosque queda fuera de sus intereses, pues aunque los datos revelan yacimientos ricos en lictio, aún hay muchos que explotar en otras localizaciones.
"Al menos, de momento", se dice.
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